miércoles, 22 de marzo de 2017

De caídas y elecciones



Dicen que si te tropezás una vez con una piedra, la culpa es de la piedra. En cambio, si tropezás dos o más veces con la misma piedra, la culpa es tuya.

Yo empecé cayendo en la escuela pública. Una vez, dos, tres... y aprendí a tirarme de cabeza a ella.

Me caí en la escuela pública en marzo de 1994. Tenía un pintorcito rojo, con un león bordado en el bolsillo. El mismo león en la mochilita roja de tela. Mamá y papá me saludaron, se fueron caminando con mi hermana en el cochecito de bebé y yo me quedé ahí.
Tenía cuatro años. Mucho no recuerdo, obviamente, de mi jardín de cinco en el Merceditas de San Martín. Creo que mi seño se llamaba Susana, pero a lo mejor no es así. Yo quería ir a una escuela de monjas, porque ahí iba la nena que vivía al lado de mi casa. Pero no me dejaron elegir. Me dijeron que no me iba a gustar esa escuela y me aseguraron que la pasaría muy bien en la que iría. Y así fue.
Recuerdo que la J se me confundía con la L al aprender a escribir mi nombre y a veces ponía Lujia, Lulia o similares. Hacia fin de año, estaba orgullosa de no confundirme más y ser capaz de escribir Julia Conalbi, todo entero, que era larguísimo.
Un día, me acuerdo, miramos unos microbios en un microscopio y estaba fascinada. Fue como ver unos monstruos de dibujitos animados atrapados en un recipiente diminuto.
Hice amigos, me encantaba trepar arriba de un juego que había alrededor de un árbol enorme.
Terminó el año y yo quería ir a la primaria de esa escuela, porque usaban guardapolvo blanco como en todas las demás. En cambio, en "El Nacional", el guardapolvo era turquesa y a la July caprichosa de cinco años no le gustaba.

Yo estaba ansiosa por empezar primer grado. Me acuerdo de la mochila que me había comprado papá, de mi carpeta de los supersónicos y mi guardapolvo turquesa, que me quedaba un poco grande. “Para que te dure todo el año", había dicho mamá. El primer día, no tuve clases, el segundo tampoco y un día fui a la escuela pensando que finalmente iba a comenzar mi primer grado ¡Tenía tantas ganas de aprender a leer yo solita! Tampoco tuve clases.
-¿Por qué, mami?
-Porque a las seños no le pagan su sueldo.
-¿Quién no les paga?
-El Gobernador.
-¿Y quién es?
-Se llama Ramón Mestre.
Y un día fui con mamá, papá y mi hermanita en su cochecito a la Plaza Solares. Había mucha gente quejándose porque a las seños no les pagaban. Eso era una marcha. Una mujer se acercó a mí y me ofreció si quería llevar un cartel.
-Pero yo todavía no sé leer. -Le expliqué.
-El cartel dice "Queremos tener clases". -Me explicó.
Fui corriendo con mi mamá y mi papá a mostrarles orgullosa el cartel que iba a llevar. Yo quería tener clases y aprender a leer.
Desde ese día de 1995 y hasta hoy mismo, siempre he ido con mi madre a las marchas docentes. Primero como estudiante que apoya la lucha docente, ahora ya como profesora.
Cuando empecé primer grado, los chicos que venían del jardín del Nacional escribían en una letra que yo no entendía. Cuando fue mi turno de escribir mi nombre en el pizarrón, le dije a la seño "Yo sé escribirlo así". Y lo escribí en imprenta. Conocí que había dos letras, cursiva e imprenta. Estaba ansiosa por leer y poder yo solita saber todos los secretos de los libros de cuentos que me leía mi mamá. Hice amigos, algunos, como Lau, aún siguen formando parte de mi vida.
Aprendí a leer, a escribir, matemáticas y ciencias. Aprendí también que a los maestros les tienen que pagar para poder tener clases, que el Estado tiene que mantener la escuela porque si no faltan bancos, sillas o distintos elementos. Aprendí que el Estado no cumple y que para tener calefactores o computadoras nos daban numeritos de rifas para vender, o que había que ir a pintar la escuela porque si no, nadie lo iba a hacer. Aprendí además que para que las cosas buenas ocurran es necesario luchar, unirse y trabajar por ello.
Terminé la primaria y ya tenía un manojo de amigas, ya sabía que me encantaba Lengua y que las Matemáticas no eran lo mío.
En el 2001, empecé primer año en el secundario de la misma escuela. Ahora no solo por decisión de mis padres, sino también mía. Me encantaba mi escuela.
Aprendí algo más de Lengua, Matemáticas y ciencias. Con unas amigas, en primer año organizamos una juntada de firmas para pedir que colocaran inodoros en los baños, porque había letrinas y ya habíamos aprendido en la primaria que nadie nos iba a dar nada si no lo reclamábamos. "El que no llora, no mamá", dice el tango. Regresamos de las vacaciones de invierno y ya había inodoros.
Tuve profesores excelentes, buenos y malos. De todos aprendí algo. De los primeros, la pasión por el conocimiento, por el compromiso y por el trabajo que realizan. A esos pocos les debo ser docente hoy. De los segundos, aprendí algo de química o física o geografía. Y de los últimos, aprendí qué clase de profesora y de persona no quiero ser.
Egresé del "Nacio" en 2006 y viajé sola a Córdoba por primera vez para anotarme en la universidad pública. En el cursillo de Letras, me hablaron de la historia de la UNC y la Reforma Universitaria. La mayoría de mis compañeros venía de escuelas privadas y no había visto el tema. Yo me sorprendí, lo había estudiado en clases en el secundario.
La vida en la universidad era clases, grupos de estudiantes presentando propuestas para ser elegidos para el centro o consejeros, elecciones, toma de la facultad... una vida de un pueblo democrático. Aprendizajes de todo tipo, por todos lados.
En 2012, volví al "Nacional", a pararme del otro lado del aula. Luego, comencé a dar clases en otras escuelas. Siempre en escuelas públicas.

No me caí, Mauricio, me tiré de cabeza.